La crisis financiera de 2008 nos demostró lo que puede suceder cuando la reducción de los ingresos y la incertidumbre hacen que la gente gaste menos y que la demanda disminuya. Las ventas cayeron. También la producción. Además, los más afectados se vieron obligados a volver a estrategias de supervivencia negativas -como la venta de activos productivos, dietas menos diversificadas o la sobrepesca- para compensar las dificultades para obtener ingresos.
Al inicio del brote de COVID-19, ha habido un aumento significativo de la demanda.
La demanda de alimentos es en general poco elástica y su efecto en el conjunto del consumo será probablemente limitado, aunque los hábitos alimentarios pueden verse alterados. Existe la posibilidad de que se produzca una disminución desproporcionada del consumo de proteína animal (como resultado de los temores –sin base científica- de que los animales puedan ser huéspedes del virus) y de otros productos de mayor valor, como frutas y hortalizas (que podrían provocar una caída de los precios). Estos recelos pueden darse en especial en el caso de los productos de pescado crudo suministrados a restaurantes y hoteles, incluidas las pequeñas y medianas empresas.
La demanda de alimentos en los países más pobres está más vinculada a los ingresos y, en este caso, la pérdida de oportunidades de obtenerlos podría repercutir en el consumo.
El temor al contagio puede llevar a una reducción de las visitas a los mercados alimentarios, y hemos visto un cambio en la forma en que las personas compran y consumen alimentos: menor afluencia a los restaurantes, aumento de las entregas en el comercio online (como se observa en China) y un incremento de las comidas en el hogar.
Tras el brote de coronavirus, los países de todo el mundo han comenzado a implementar diversas medidas normativas destinadas a evitar una mayor propagación de la enfermedad.
Sin embargo, esas medidas podrían afectar a la producción y el comercio agrícolas. Por ejemplo, muchos países están aplicando controles más estrictos a los buques de carga, a riesgo de poner en peligro las operaciones de transporte marítimo, y en particular los bienes perecederos, como las frutas y hortalizas frescas, el pescado y los productos pesqueros.
Las medidas que afectan a la libre circulación de personas -como los trabajadores de temporada-, podrían repercutir en la producción agrícola, afectando así a los precios de mercado a nivel mundial.
Al mismo tiempo, las medidas para garantizar normas sanitarias aceptables en la industria alimentaria, pueden ralentizar la producción.
¿Qué implicaciones tendrá la COVID-19 -ahora y en el futuro- para la producción alimentaria, las cadenas de suministro agrícola, pesquera y acuícola y los mercados?
La cadena de suministro de alimentos es una compleja red que implica a productores, consumidores, insumos agrícolas y pesqueros, procesado y almacenamiento, transporte y comercialización, etc.
Por ahora, las interrupciones son mínimas, ya que el suministro de alimentos ha sido adecuado y los mercados han permanecido estables de momento. Las reservas mundiales de cereales se encuentran en niveles holgados y las perspectivas para 2020 del trigo y otros cultivos básicos importantes son positivas.
Aunque ya se considera probable una menor producción de alimentos básicos de elevado valor (es decir, frutas y hortalizas), todavía no se percibe debido al confinamiento y la interrupción de la cadena de valor.
En el sector de la pesca y la acuicultura, las repercusiones pueden variar y ser bastante complejas. En el caso de la pesca de captura, la incapacidad de los buques pesqueros para operar (debido a las limitaciones o al colapso del mercado, así como a las medidas sanitarias difíciles de cumplir a bordo de un buque) puede generar un efecto dominó a lo largo de las cadenas de valor en lo que respecta al suministro de productos, en general, y a la disponibilidad de especies específicas. Además, en el caso de la pesca de captura y la acuicultura, los problemas de logística asociados a la restricción del transporte, los cierres de fronteras y la reducción de la demanda en restaurantes y hoteles pueden generar importantes cambios en el mercado, lo que afecta a los precios.
Sin embargo, hubo problemas a nivel de la logística que implica el transporte de alimentos (no poder trasladar los alimentos del punto A al punto B) que se notaron sobre todo al principio de las restricciones, y que fueron mayormente solventados a mediados de abril. La pandemia ha tenido su impacto en el sector ganadero, debido a un menor acceso a los piensos y la reducida capacidad de los mataderos (debido a las limitaciones logísticas y la escasez de mano de obra), de manera similar a lo que ocurrió en China.
El bloqueo de las rutas de transporte es particularmente perjudicial para las cadenas de suministro de alimentos frescos y puede dar lugar también a un aumento de los niveles de pérdida y desperdicio de alimentos. El pescado y los productos acuáticos frescos -que son muy perecederos y, por tanto, deben venderse, procesarse o almacenarse en un tiempo relativamente limitado-, corren un riesgo especial.
Es probable que las restricciones al transporte y las medidas de cuarentena impidan el acceso de los agricultores y pescadores a los mercados, frenando su capacidad productiva y obstaculizando la venta de sus productos.
La escasez de mano de obra podría afectar a la producción y elaboración de alimentos, en particular en las actividades intensivas en mano de obra (por ej. los cultivos de elevado valor, la carne y el pescado).
El cierre de restaurantes y los puestos de venta de alimentos en la calle elimina un mercado clave para muchos productores y elaboradores que puede producir un exceso temporal o desencadenar recortes de la producción en las fases iniciales, como puede observarse en los sectores del pescado y la carne. En algunos países en desarrollo, la oferta y la demanda urbanas de productos frescos están disminuyendo debido a las restricciones y al comportamiento de rechazo de los comerciantes y los consumidores.
Los países en desarrollo corren un riesgo especial, ya que la COVID-19 puede provocar una reducción de la mano de obra y afectar a los ingresos y medios de subsistencia, así como a las formas de producción intensivas en mano de obra (agricultura, pesca, acuicultura). Preocupa en especial el África subsahariana, donde se encuentran la mayoría de los países afectados por crisis alimentarias. Y donde la pandemia se está extendiendo en momentos cruciales tanto para los agricultores como para los pastores: cuando se necesita acceso a semillas y otros insumos, y poder plantar en las explotaciones, y cuando los pastores nómadas deben desplazarse con sus animales en busca de pastos y fuentes de agua, que se van secando cada vez más antes de que llegue la temporada de lluvias.
Es necesario reconsiderar, a la luz de la pandemia, la necesidad de mejorar las normas internacionales de higiene, las condiciones de trabajo y de vida en las actividades agrícolas y a bordo de los buques pesqueros, así como en toda la cadena de valor de la pesca.
Recuperado de:
http://www.fao.org/2019-ncov/q-and-a/impact-on-food-and-agriculture/es/